Artículos de opinión
Mis más de 8 apellidos españoles
Por Sergio Echebarrena
Y finalmente lo encontré, resultó que el viejo amaneció a la vida en 1905 en Robra, Outeiro de Rei. A tiro de piedra de Rábade adónde yo estaba convencido había nacido, ostensiblemente por portación de apellido, Camilo Rábade, mi abuelo galego.
Así que no, acta de nacimiento en mano (Gracias Javier) sabemos que el hombre era de esta aldea con (hoy) alrededor de 34 habitantes, si confiamos en Wikipedia.
Y como no creerle si de algún modo nos han obligado a marchar a todos, sin chistar ni cuestionar, por los caminos de Google y dos o tres gigantes más que arrojan cada fracción de segundo tera bytes sobre la tumba de aquella idea que anunciaba a Internet como la universalización y democratización definitiva de la información y los conocimientos.
Robra, a 5,4 km de Rábade, indica con inclaudicable autoridad Google Maps, 2100 metros menos que los que voy a recorrer ahora desde mi casa en Ciudad Jardín Lomas del Palomar hasta mi trabajo en Villa Lynch, así nos ubicamos, y advertimos que cuando recorra los primeros 100 metros voy a cruzar más que las 34 personas que enseña con seguridad el gráfico de barras, habitan aquella aldea.
Cuando Camilo llegó a estas pampas en los primeros veinte del XX, creo recordar una historia familiar que lo mostraba cruzando el Atlántico para no hacer la ‘mili’, toda esta zona donde ahora vivo a exactamente 1300 metros del Palomar de Caseros, era puro campo y seguramente guardaba todavía algún eco de la Batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852.
Según Wiki, mi casa está ubicada adónde Don Juan Manuel apostó a sus tropas y me siento bien pensando que yo hubiera estado en este exacto lugar junto a los soldados del Restaurador por la soberanía de la Patria frente a un ejército de dudosos, siendo muy amable, ‘patriotas’ fortalecido por tropas del imperio del Brasil y, como no, algunos uruguayos.
No es lugar ni momento, para más datos, Wiki.
Imaginada ubicación en un pasado lejano que es reflejo inductivo de mi lugar en el presente, y que me lleva a pensar adónde ubicar a mi abuelo, no en el espacio sino en el tiempo político e ideológico de sus años, pocos en España y el resto de su vida en Argentina.
El único dato duro, que acabo de descubrir, es que se había nacionalizado argentino. Nada más. Luego esa historia sobre la mili, una difusa carta de sus padres proponiendo un regreso y evoco que alguna vez estuve en posición de pensar dejar Argentina ante la inminencia de una demencial guerra con Chile que casi inicia la dictadura genocida del 76’ y a la que estaba a punto de ser convocado como reservista.
Luego, solo algún eco sobre su adscripción al peronismo y que había manejado un bus en un acto de la flamante empresa estatal de transportes, frente a Perón, acá nomás, en Devoto, en un predio que ahora muestra un emprendimiento inmobiliario para clase media, la que aún queda con posibilidades de llegar a comprar una propiedad.
Y si bien las historias personales son solo eso, fragmentos de la memoria de un país, de una sociedad, es inevitable estirarlas hasta hacerlas coincidir con cierta porción de la Historia.
En este relato desordenado puedo mostrar que, recorriendo archivos digitales de Euskadi, obtuve las partidas de nacimiento y defunción de mi línea paterna hasta mediados del siglo XVII, siempre en el mismo pueblo, Alegui de Oria.
Así, encontré a cierto Ygnacio, nacido Echevarren en 1733 y muerto como Echevarrena el 00-00-1794…(más tarde, llegaríamos a Echebarrena)
Si, parece que ante la invasión francesa, los curas del lugar escaparon y cuando volvieron, años después, anotaron los fallecimientos como se pudo.
Es inevitable especular sobre cuál sería la visión del mundo de los que voy encontrando como antepasados. Hombres y mujeres que fueron contemporáneos de sucesos históricos fascinantes.
Cuando indago en esos procesos no puedo dejar de preguntarme como aquel Ygnacio vio a los franceses. Es muy probable que ni siquiera estuviese alfabetizado y los ecos de la Revolución Francesa, la República y su exportación hacia el resto de Europa, le eran completamente ajenos.
¿Qué pensaba mi abuelo Camilo o mi abuela Manuela, Lugo, 1902, de la República y de la monarquía?
¿Cómo afectaron los procesos de ‘desamortización’ a sus padres y abuelos habitantes de pequeños pueblos y aldeas que perdían lugares comunes de producción? ¿Esos procesos fueron la causa de la huida hacia estos horizontes? ¿Tenían conciencia de su momento histórico o solo trataban de escapar de la pobreza y la guerra?
¿Qué esperaban encontrar en Buenos Aires?
Mi abuela Manuela llegó sola a Buenos Aires con 16 años, una nena, una familia quemando naves tal vez presionados por años de pobreza, guerra y pandemia en Europa.
No hay forma de saberlo y, en realidad, importa poco ya que como la mayoría de las personas aquí, en España o en la China, viven sus vidas resolviendo los problemas diarios, los más urgentes o tratando de alcanzar una vida más o menos digna.
Este esfuerzo infructuoso por ubicar antepasados en hitos de la historia y conjeturar la opinión, acaso las acciones, frente a esa cuestiones, no es otra cosa que un reflejo personal, la permanente inclinación por entender los procesos que subyacen a la noticia diaria.
Eso me lleva a pensar, por ejemplo, que nos diferencia y que nos acerca hoy a argentinos y a españoles poniendo algunos números; para 1974, la última ocasión en que Argentina tuvo un plan económico que incluía un programa de Planificación orientado al desarrollo, el PBI por persona en Argentina era un poco superior al de los españoles. Hoy el PBI-C de España es algo mayor que el doble del argentino (números anteriores al desbarranco posterior a diciembre de 2023).
En un momento se cruzaron las ‘curvas’ y ya no pudimos mantener esa relación.
Cuando mi suegra asturiana y mi suegro leonés, como parte de la emigración que siguió al fin de la guerra civil, llegaron a la Argentina, aquí se vivía un proceso inédito de creación y distribución de la riqueza que, a pesar de dictaduras y gobiernos civiles ilícitos, se mantuvo hasta 1975.
Ellos, como muchos otros paisanos, vivieron en carne propia ese crecimiento y la posterior caída que, con algunos años de recuperación entre 2003-15, nos depositó en este momento de fenomenal crisis.
Todavía, y no sabemos por cuánto tiempo más, conservamos algunos de esos brillos como la educación pública, estudiar una carrera universitaria tiene para nosotros un costo igual a 0, un sistema de salud público con deficiencias pero universal, una tradición y un presente en ciencia y tecnología que pocos países pueden mostrar.
Todos los nietos y nietas de mi abuelo Camilo, de mi abuela Manuela, apenas alfabetizados ellos, pudimos estudiar la carrera que nos viniera en gana. Así, contamos médicos, licenciados, etc., gracias a la educación pública, libre y gratuita.
Sin embargo, hoy ciertas barreras, muchos problemas estructurales, son comunes y no solo para españoles y para argentinos, diría que al menos en lo que llamamos ‘occidente’ podemos identificarlos sin dificultad; por ejemplo, acceder a una vivienda propia o a un alquiler accesible de un sitio habitable, es muy cuesta arriba y solo para una minoría cada vez más reducida.
En las últimas décadas, la promesa de progreso permanente, el sueño de madres y padres viendo a sus hijos con una vida mejor, se ha disipado con los vientos de una globalización que perfeccionó notablemente los mecanismos de concentración de la riqueza y el poder.
Sin abundar y sin señalar obvias diferencias derivadas del tamaño de las economías, en esta búsqueda de corrientes compartidas por debajo de la superficie, se podría arriesgar que el sistema ya no puede asegurar algunas bases mínimas de bienestar o de esperanzas para la mayoría de las personas: vivienda, salud, educación, ocio, seguridad.
¿Se puede encontrar ahí alguna respuesta al estado de situación de nuestros sistemas políticos rodeados y, muchos rendidos, ante una avanzada, ¿bárbara? de ideas que nos remiten a tragedias que nos arriesgamos a repetir?
Si bien mis más de 8 apellidos españoles, y el seguimiento permanente de la actualidad en España la UE, me podría habilitar para opinar sobre algunas cuestiones internas, voy a limitarme a mi Argentina y señalar, brevemente, que nuestra patética situación política puede tener como causa la defección de las agrupaciones o partidos que debían solucionar, por origen, por historia, por programa, los problemas del pueblo.
Fracasos sucesivos de los gobiernos populares a la hora de romper estructuras que nos impiden crecer al tiempo de ejercer la justicia social (no soslayo el papel de los medios) nos llevaron a este presente que mezcla tragedia para muchos (trabajadores, PyMEs, investigadores, jubilados, etc.) con ópera bufa.
Es obviamente, un fenómeno casi universal con características locales, pero que parece encaminarse a una cierta confluencia de agrupaciones de ultraderecha, una suerte de globalización del retroceso hacia formas e ideas que parecían cosa del pasado remoto.
Estoy convencido, la Patria es algo más que la puesta en escena de 22 millonarios cantando un himno nacional para que cada 2 años se mantengan a flote negocios mil-millonarios, algunos de dudosa limpieza, mientras millones creen por 90 minutos que la gloria puede visitarnos.
Hoy tiendo a pensar que la Patria, más allá de las fronteras, debe reunir a hombres y mujeres con otro proyecto de sociedad, uno que recoja todos los mejores sueños, sean estos de abuelos galegos o nietos argentos.