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El Sentir y Ser Gallego en 90 años

Germán Lastra

Por Germán Lastra

Ingeniero químico, ex presidente de DuPont Ibérica y jurado de los Premios Princesa de Asturias

Origen: El viernes 21 de abril, en la primavera lucense, era un buen día para nacer. El horóscopo cambiaba a Tauro, y Amada López, maestra nacional, daba a luz a su meirazo. Dos médicos, hermanos, la atendían. Fue un parto muy difícil; me entregaron a Luisa Fraguas, de los Fraguas Saavedra de Fonsagrada y primos de mi padre. Luisa acababa de tener su primer hijo, me aseó, me dio su pecho y se ocupo de mí hasta que mi madre se pudo hacer cargo. Germán Lastra, mi padre, hijo de Antonio y Filomena, era de Ouviaño, trabajaba en Campsa, tenía el carnet de periodista, colaboraba regularmente en El Progreso y como destacado socialista tendía a escribir sobre temas sociopolíticos. Me llevaron a bautizar a Ouviaño y me pusieron Germán Antonio. Hoy, el 2,30 por mil de todos los Germanes, están en la provincia de Lugo y la edad media es de 47,5 años.

 

Guerra Civil: En julio del 36 estábamos en Oviedo, con la familia de mi madre, de la Rasqueta, en Grado. Oviedo se subleva contra la República, queda cercado y un equipo minero nos saca por boquetes al nivel de nuestro piso. Nos vamos todos -nosotros ya somos 4- a Muñó, una aldea cercana donde vivía Clarina, la mayor de las hermanas de mi madre, con sus dos hijos y Severo, su esposo. Dejan allí a mi hermano Miguel Ángel y se van a Gijón, donde papá se presenta en la Campsa. Hay bombardeos frecuentes por aire y desde el mar y así hasta el 21 de octubre del 37, en que se acaba la resistencia republicana. Escapamos de vuelta a Muñó y Severo le hace un refugio a papá, que se sabía en busca y captura, y allí pasa los días saliendo por las noches y sin decirme nada a mí.

Cuando la situación se normaliza papá se presenta, lo encierran en el Coto, la cárcel de Gijón, donde pasa dos angustiosos años. Lo juzgan por rebelión militar, le condenan a 18 meses gracias a la declaración favorable de otra hermana de mi madre, Julita, monja adoratriz. Lo expulsan de la Campsa y le quitan el carnet de periodista; encuentra empleo en una fábrica de escayola en Oviedo.

Pasamos tiempo en Ouviaño; eran tiempos muy difíciles. Mi madre dio clases en pueblos cercanos y yo iba a la escuela de mi abuelo, donde aprendí la versión del gallego que también se hablaba en la parte asturiana del Navia y que ahora la Academia asturiana reivindica como Eonaviego y segunda lengua astur. Nos fuimos a vivir a Oviedo y empezamos el bachillerato, incorporamos a la familia a Manolito, un hijo de Consuelo, una hermana de papá. El acuerdo era, pasaba el curso con nosotros y nosotros, con mi madre, el verano en Meira. Era un sitio ideal, como una gran familia, tres carpinteros, dos eran fabricantes de ataúdes, dos médicos, dos farmacéuticos, dos peluquerías, un estanco, un alcalde, un cura, un pobre y un tolo, el Cachapelo. El infante Miño atendía un molino y yo conocía casi todas sus truchas; las cogía a mano para que mi tía las preparara. El verano terminaba con las mallas y el gran día era el 15 de agosto, la Virgen y San Roque.

 

Cuba: Había guerra en Corea y mi padre, convencido de que sería una guerra mundial, decidió que tenía que ir a estudiar Medicina a La Habana, donde había dos hermanos de mi madre, el gemelo Gonzalo, con 4 hijos, y el mayor, Celestino, que acababa de casarse con Idea, hija de los dirigentes del PC cubano. Yo viviría con Gonzalo y Celestino le ayudaría con 500 pesos al mes. Así, en febrero de 1950 me embarcan en el Magallanes, en Gijón, y después de 24 días de travesía y 5 escalas entramos el 10 de marzo, el mismo día que Batista da su segundo golpe de estado y derroca el gobierno de Prío Socarrás.

Explicar mi experiencia cubana me resulta de todo imposible. Empecé Medicina, tuve una depresión post traumática, perdí el pelo de la parte posterior de la cabeza y me atendió un catedrático que me mostraba como ejemplo clásico de una alopecia traumática que él me curó. El sindicato de estudiantes, ya con Fidel Castro,se rebeló contra Batista y se cerró la universidad. El acuerdo entre mis tíos saltó por los aires y con el mismo sigilo que me trajeron me devolvieron a Vigo, en un barco portugués, el Sherpa Pinto, con una escala en Lisboa.

 

Químicas en Oviedo y Gales: Llegué a Oviedo en noviembre del 64, matriculado en Químicas. Di por perdida mi vocación de médico, terminé Químicas como delegado del quinto, conseguí un aprobado general y después de un tiempo como ayudante en Analítica apareció un compañero que volvía de Edimburgo con un flamante doctorado y el encargo de encontrar dos compañeros que quisieran ir a Gales, en donde habían hecho catedrático a su director de tesis,Trotman Dickinson, y buscaba formar un equipo. Tenía dinero fresco para unas becas. Gregorio, otro compañero y yo aceptamos y después de dos días y dos noches de viaje en tren nos presentamos en Aberystwyth, en la bahía de Cardigan, Gales.

Nuestro ahora jefe y mentor nos entregó sendas copias de su libro sobre Cinética de Gases y nos dio 4 días para decidir quién haría la tesis por pirólisis y quién por fotólisis. Al tercer día no habíamos terminado el prólogo y lo sorteamos a cara o cruz. A mí me tocó fotólisis. Volvimos a su despacho y nos asignó a cada uno una habitación y un bote de pintura blanca para decorarla. Tendríamos que construir cada uno su aparato. Fue una experiencia emocionante y exigente. Trotman Dickinson era una gran persona y un excelente maestro; llegó a ser rector de la Universidad de Gales y considerado el mejor gerente universitario británico. Fue nombrado Sir por la Reina Isabel II.

Terminamos el trabajo en tiempo y forma y los dos teníamos excelentes puestos, Gregorio en el País Vasco con Dow Chemicals, y yo en Ginebra con DuPont. Con tres solteras por soltero, era el paraíso del soltero. Yo me enamoré de Kirsten, una danesa au pair en la casa de un colega, aprendiendo francés. Nos casamos en Odense, isla de Fionia. Nos casó en inglés un cura austriaco. Nuestra primera hija nació en Bogense, a 30 kilómetros de Odense, la patria de Andersen, el de los cuentos.

Estuvimos seis años en Ginebra; allí nació Ana María, la segunda hija, y DuPont decidió ponerme en la ruta del ascenso gerencial, con cambios de empleo y país cada tres años, el primero a Barcelona, el segundo a Leicester, Inglaterra (fui el primer no nativo y no militar al cargo de un laboratorio de desarrollo textil, con 100 empleados). Al mismo tiempo Kirsten empezó Enfermería.

 

Delaware: El último salto, ya en una familia de cinco, fue a la meca de DuPont, a la sede de mundial, en Wilmington, Delaware. Era un cargo de responsabilidad global y al final, después de un intenso cribado, me ofrecieron el puesto de CEO y presidente del Consejo de Administración para la Península Ibérica. Kirsten terminó Enfermería en Delaware y volvimos a Barcelona.

 

Regreso a España: Antes de marcharnos, Edgard Woolard me indicó como objetivos: 1) dar a conocer el potencial de negocio ibérico y 2) procurar que una inversión prevista pudiera hacerse en España. Tardé 5 años en conseguirlo, cinco años de silencioso y discreto trabajo. Eran buenos tiempos: la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Preparamos una semana ibérica en el Hotel DuPont, con representación de clientes destacados y sus productos, representantes del Gobierno de Felipe González, de la Cámara Americana, los gerentes de las diversas áreas de negocio, el cocinero del Palace de Madrid, una tuna de Barcelona y el grupo de danza flamenca de Coco Comin.

En la cena de gala, el último día, Antonio Garrigues, de nuestro Consejo de Administración, en su impecable inglés, le dijo a Woolard que no dejase pasar la oportunidad de invertir en España. Así fue y el propio Woolard, con su voto de calidad, rompió a favor de España la decisión de invertir mil millones de dólares creando mil puestos de trabajo en Asturias. Mi contrincante era Kerry Kehoe, de Irlanda del Norte. Misión cumplida, acepté un retiro anticipado, dejé el puesto en manos de Pascual, gallego de Noia, y me fui a probar ventura a Ourense con la responsabilidad que me asignaba Manuel Fraga de encontrar una inversión, con cara y ojos, para el Parque Tecnolóxico de Galicia. Así fue, convertimos en realidad la fabricación de una patente de DuPont, la rueda de tres radios, complemento de las lenticulares traseras en las contrareloj de ciclismo profesional. Fue una inversión privada de 5 millones de euros.

 

Retiro apacible en Piñera: Con otra misión cumplida y con los años a cuestas me retiré a Piñera, en Cudillero, Asturias, para disfrutar de una vida apacible y en contacto diario con mis tres hijos y mis siete nietos. Tengo una casita en Bogense y me aseguran sitio, con mi mujer, en el precioso cementerio de la iglesia de San Nicolás. Así negocio mis 90 años de galleguismo a tres meses de los 91.

 

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